Título original: Vamos a matar, compañeros.
Año: 1970.
País: Italia
Dirección: Sergio Corbucci.
Guión: Sergio Corbucci, Massimo De Rita,
Fritz Ebert, José Frade, Arduino Maiuri.
Fotografía: Alejandro Ulloa.
Música: Ennio Morricone, Bruno Nicolai.
Reparto: Franco Nero, Tomas Milian, Jack
Palance, Fernando Rey, Iris Berben, José Bódalo, Eduardo Fajardo, Karin
Schubert, Gino Pernice.
Productora: Coproducción Italia-España;
Atlántida Films / Terra-Filmkunst / Tritone Cinematografica.
Sinopsis: Durante la Revolución Mexicana,
el traficante de armas sueco Yodlaf Peterson se alía con el general Mongo para
liberar a un profesor revolucionario. Pero lo que realmente persigue el
mercenario es conseguir un botín, cuyo escondrijo sólo conoce el profesor. Para
esto contará con la ayuda de Vasco, un joven revolucionario improvisado.
Vamos a matar compañeros constituye la
segunda parte de la trilogía que Sergio Corbucci dedico a la revolución en
México, de las cuales salario para matar (1968) es la primera y Qué nos importa
la revolución (1972) es la última. México se muestra en los western de manera
ambivalente y de alguna manera estereotipada: En pasión de los fuertes de John
Ford (1946) representa la otredad absoluta y el último territorio del hombre en
su estado más agreste. No obstante México se muestra en contraposición del
territorio Indio, en una tierra mítica pero no de conquista. En el filme Rio
rojo (1948) de Howard Hawks la vieja y atávica disputa por la frontera hace
aparición con una melodía de trompeta “el degüello” que evoca la toma del
fuerte Álamo por parte del general santa
Ana. México es tierra utópica para Sam Peckinpah en películas como quiero la
cabeza de Alfredo Garcia (1974), Patt Garret y Billy The kidd (1973) y de una
transformación de una pandilla de bandoleros en revolucionarios en Grupo
salvaje (1969). Frente a la última frontera conquistada por el hombre blanco,
el salvaje oeste, será México el lugar de la aventura, de la huida, de la búsqueda
de libertad.
México aparece como un lugar de disputas
familiares en Por un puñado de dólares (1964) de Sergio Leone, donde el rio Bravo conocerá una cruel masacre
a manos de Ramón Rojo (Jean Maria Volonté) con un instrumento venido de la
modernidad pero que servirá de inspiración para grandes corridos de la
revolución: La ametralladora.
También en La muerte tenía un precio Mexico
es un lugar de huida y venganza, donde la banda del Indio será diezmada por El
Manco (Clint Eastwood) y el implacable coronel Mortimer (Lee Van Cleef). Agua
caliente, pequeño poblado más parecido a un cementerio que en fondo representa
una nación desconfiada del proyecto moderno y representada siempre en estado
atávico, primitivo, en un pasado continuo.
Será la revolución el tema de muchos Western grabados en Italia: Corre, Cuchillo... corre!
(1968), de Sergio Sollima , Yo soy la
revolución ( 1966) de Damiano
Damiani, o Adios a Sabata (1971) de Frank Kramer. Los bandoleros metidos a una revolución que
se vive no como una idea sino como una convicción que logra desatar todas las
fuerzas, que logra poner todos los impulsos humanos juntos. Precisamente el
mundo conocerá nuevos personajes que representen el “Hombre Nuevo” que
devendría de los procesos revolucionarios.
Tomas Millian con su boina al estilo Vasco representa al Che Guevara
(muerto en las montañas de Bolivia en 1967) a quienes los jóvenes del mayo
francés aclamaban como guía político y moral “la revolución se lleva en el
corazón, no en la boca para vivir de ella” rezaban muchos de los grafitis que
impregnaban de espíritu revolucionario la parís del 68.
Estos dos iconos: México y la Revolución se
encuentran a través de todo el metraje de vamos a matar Compañeros y darán como
resultado una obra llena de sub discursos por debajo de la aparente capa
superficial del western italiano. Hasta un hombre que solo desea sobrevivir
puede llegar a convertirse en un revolucionario, si logra dejarse transformarse
en el tiempo y el ritmo de la Historia.
Con una música compuesta por Ennio
Morricone la película parece más un corrido popular mexicano: Hombres que se
convierten en leyendas cuando encuentra algo más grande a sí mismos y a sus
proyectos: La revolución que transforma a cada uno en un icono, en una imagen
que repetida mil veces en los campos de batalla, en las cantinas y los
palenques, serán capaces de hacer que el sueño del cambio exista, aunque
solamente sea en el mundo del arte.
Álvaro lozano Gutiérrez.
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