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Álvaro Lozano Gutiérrez, nacido en Bogotá d. c. Colombia en 1978. Realizó estudios de filosofía en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Desde el año 2010 hace parte del Colectivo Literario Surgente, Letras informales y el Cine Club Caldo Diojo. Actualmente se desempeña como docente de secundaria. Finalista en el Premio Nacional de Crónica Ciudad Paz (2018). Ganador del concurso de cuento corto latinoamericano (2017) con el relato ‘Esta tierra que habitamos’; y del Concurso Letras Diversas, Revista Goliardica (Medellín, 2001) con la crónica ‘La bohemia’. Finalista del concurso Bogotá en 100 Palabras con el relato "Encuentro". Colaborador habitual del Periódico Periferia Prensa Alternativa y del Taller de Formación Estudiantil Raíces TJER de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas en Bogotá. Publicado en variados medios impresos y digitales en Colombia y América Latina.

miércoles, 4 de enero de 2017

VAMOS A MATAR, COMPAÑEROS. (Crítica)


Título original: Vamos a matar, compañeros.
Año: 1970.
País: Italia
Dirección: Sergio Corbucci.
Guión: Sergio Corbucci, Massimo De Rita, Fritz Ebert, José Frade, Arduino Maiuri.
Fotografía: Alejandro Ulloa.
Música: Ennio Morricone, Bruno Nicolai.
Reparto: Franco Nero, Tomas Milian, Jack Palance, Fernando Rey, Iris Berben, José Bódalo, Eduardo Fajardo, Karin Schubert, Gino Pernice.
Productora: Coproducción Italia-España; Atlántida Films / Terra-Filmkunst / Tritone Cinematografica.
 Sinopsis: Durante la Revolución Mexicana, el traficante de armas sueco Yodlaf Peterson se alía con el general Mongo para liberar a un profesor revolucionario. Pero lo que realmente persigue el mercenario es conseguir un botín, cuyo escondrijo sólo conoce el profesor. Para esto contará con la ayuda de Vasco, un joven revolucionario improvisado.

Vamos a matar compañeros constituye la segunda parte de la trilogía que Sergio Corbucci dedico a la revolución en México, de las cuales salario para matar (1968) es la primera y Qué nos importa la revolución (1972) es la última. México se muestra en los western de manera ambivalente y de alguna manera estereotipada: En pasión de los fuertes de John Ford (1946) representa la otredad absoluta y el último territorio del hombre en su estado más agreste. No obstante México se muestra en contraposición del territorio Indio, en una tierra mítica pero no de conquista. En el filme Rio rojo (1948) de Howard Hawks la vieja y atávica disputa por la frontera hace aparición con una melodía de trompeta “el degüello” que evoca la toma del fuerte Álamo por parte del general  santa Ana. México es tierra utópica para Sam Peckinpah en películas como quiero la cabeza de Alfredo Garcia (1974), Patt Garret y Billy The kidd (1973) y de una transformación de una pandilla de bandoleros en revolucionarios en Grupo salvaje (1969). Frente a la última frontera conquistada por el hombre blanco, el salvaje oeste, será México el lugar de la aventura, de la huida, de la búsqueda de libertad.

México aparece como un lugar de disputas familiares en Por un puñado de dólares (1964) de Sergio Leone,  donde el rio Bravo conocerá una cruel masacre a manos de Ramón Rojo (Jean Maria Volonté) con un instrumento venido de la modernidad pero que servirá de inspiración para grandes corridos de la revolución: La ametralladora.



También en La muerte tenía un precio Mexico es un lugar de huida y venganza, donde la banda del Indio será diezmada por El Manco (Clint Eastwood) y el implacable coronel Mortimer (Lee Van Cleef). Agua caliente, pequeño poblado más parecido a un cementerio que en fondo representa una nación desconfiada del proyecto moderno y representada siempre en estado atávico, primitivo, en un pasado continuo.

Será la revolución el tema de muchos Western  grabados en Italia: Corre, Cuchillo... corre! (1968), de Sergio  Sollima , Yo  soy  la revolución   ( 1966) de  Damiano  Damiani, o Adios a Sabata (1971) de Frank Kramer.  Los bandoleros metidos a una revolución que se vive no como una idea sino como una convicción que logra desatar todas las fuerzas, que logra poner todos los impulsos humanos juntos. Precisamente el mundo conocerá nuevos personajes que representen el “Hombre Nuevo” que devendría de los procesos revolucionarios.  Tomas Millian con su boina al estilo Vasco representa al Che Guevara (muerto en las montañas de Bolivia en 1967) a quienes los jóvenes del mayo francés aclamaban como guía político y moral “la revolución se lleva en el corazón, no en la boca para vivir de ella” rezaban muchos de los grafitis que impregnaban de espíritu revolucionario la parís del 68.




Estos dos iconos: México y la Revolución se encuentran a través de todo el metraje de vamos a matar Compañeros y darán como resultado una obra llena de sub discursos por debajo de la aparente capa superficial del western italiano. Hasta un hombre que solo desea sobrevivir puede llegar a convertirse en un revolucionario, si logra dejarse transformarse en el tiempo y el ritmo de la Historia.
Con una música compuesta por Ennio Morricone la película parece más un corrido popular mexicano: Hombres que se convierten en leyendas cuando encuentra algo más grande a sí mismos y a sus proyectos: La revolución que transforma a cada uno en un icono, en una imagen que repetida mil veces en los campos de batalla, en las cantinas y los palenques, serán capaces de hacer que el sueño del cambio exista, aunque solamente sea en el mundo del arte.


Álvaro lozano Gutiérrez.

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