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Álvaro Lozano Gutiérrez, nacido en Bogotá d. c. Colombia en 1978. Realizó estudios de filosofía en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Desde el año 2010 hace parte del Colectivo Literario Surgente, Letras informales y el Cine Club Caldo Diojo. Actualmente se desempeña como docente de secundaria. Finalista en el Premio Nacional de Crónica Ciudad Paz (2018). Ganador del concurso de cuento corto latinoamericano (2017) con el relato ‘Esta tierra que habitamos’; y del Concurso Letras Diversas, Revista Goliardica (Medellín, 2001) con la crónica ‘La bohemia’. Finalista del concurso Bogotá en 100 Palabras con el relato "Encuentro". Colaborador habitual del Periódico Periferia Prensa Alternativa y del Taller de Formación Estudiantil Raíces TJER de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas en Bogotá. Publicado en variados medios impresos y digitales en Colombia y América Latina.

sábado, 31 de diciembre de 2016

SALARIO PARA MATAR (CRÍTICA)



“siempre hay alguien que necesita un hombre experto en armas”

Título original: Il mercenario.
Año: 1968.
País: Italia
Dirección: Sergio Corbucci.
Guión: Sergio Corbucci, Bruno Corbucci.
Fotografía: Alejandro Ulloa.
Música: Ennio Morricone, Bruno Nicolai.
Reparto: Franco Nero, Jack Palance, Tony Musante, Giovanna Ralli, Eduardo Fajardo, Álvaro de Luna.
Productora: Produzioni Associate Delphos / PEA / Profilms 21.

Sinopsis: En la frontera mejicana, Eufemio encarna los sueños de venganza de los trabajadores contra su patrón, García, el propietario de una mina de plata. Éste cuenta con un pistolero a sueldo, Bill Douglas, que no tiene mayor problema de venderse al mejor postor. Cuando García está fuera, Eufemio se hace con el control de la mina y convence a Douglas para que se ponga de su lado. Juntos forman una banda que se dedica a robar bancos con lo que pueden ayudar a los más desfavorecidos. Sin embargo, un día García regresa. (FILMAFFINITY).


YO SOY LA REVOLUCIÓN...

En 1968 el mundo era una gran revolución. Los pueblos del tercer mundo  habían comenzado grandes procesos de lucha contra las potencias coloniales. "Porque esta gran humanidad ha dicho basta y ha echado a andar. Y su marcha, de gigantes, ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente" afirmaba el Che Guevara mientras las revoluciones se extendían en Cuba, Vietnam, el Congo e incluso llegaban a las aulas francesas donde los jóvenes sacaban "las estructuras ala calle".
En este contexto el cine se compromete con la política: Jean Luc Godard, Costa Gavras, Gillo Pontecorvo, Gutiérrez Alea, producen obras que muestran la vida de los condenados de la tierra, sus luchas, sus anhelos y sobre todo la posibilidad de que el mundo sea mas humano y de cabida al «Hombre nuevo».
No obstante estas obras venidas de las llamadas «Nuevas Olas» eran de consumo de una minoría intelectual  y su estética estaba muy lejos de las masas. Con esta tesis nace el llamado «Spaguetti Comprometido» movimiento dentro de la ola del Spaguetti Western que decide abordar temas sociales a través de las cabalgatas y los tiroteos en el viejo oeste.
Sergio Sollima con trilogía : El halcón y la presa (1966), Cara a cara (1967), Corre, Cuchillo... corre! (1968), crea un  personaje que representa a las clases subalternas y las esperanzas de los mas pobres. Cuchillo Sánchez es tan miserable que no sabe sostener un revólver y Beauregard Bennet, un asesino y jefe de una banda de forajidos demostrará más humanidad que Brad Fletcher, el tímido profesor de historia que terminará en la más vil crapulencia y llevando a la desgracia a una comunidad idílica conocida como la “manada salvaje” a la destrucción detrás  de sus ambiciones de poder y ansias de grandeza.



De la misma manera Damiano Damiani en su film “Yo soy la revolución” de 1966 abordará el tema de la  revolución mejicana y sus bandoleros:  Chuncho, interpretado por Gian Maria Volonté, pasa de ser un ladrón y un mercenario a un revolucionario cuando poco a poco despierte a la “consciencia de clase”  deplorando los abusos del gringo,  el colombiano  Lou Castel, asesino a sueldo encargado de ejecutar a uno de los idealistas generales del ejército agrarista.
En salario para matar (1968) Sergio Corbucci retratará el tema a través de la contraposición de dos personajes: Pancho Roman, trabajador de una mina de plata, que cansado de los continuos abusos de su patrón decide revelarse haciéndole comer una lagartija que antes había encontrado en su miserable ración de comida dominical.

- “Patroncito los domingos siempre nos dan algo extraordinario”
-“Si ves te ha tocado un buen pedazo de carne”.

Por otro lado Sergei Kowalski, apodado el Polaco, mercenario (título que este filme recibió en italiano) que solo desea lucrase con la revolución, y que vende sus servicios a los peones revelados para hacer más lucrativo el pillaje.
Uno y otro solo quieren enriquecerse a partir de la idea de la revolución, asaltar pueblos, robar bancos, matar terratenientes. Pero es patente que los ideales de cambio social están bien lejos de esta pareja improvisada de líderes. Será Columba ((Giovanna Ralli) quien represente la consciencia revolucionaria y de lucha por los desposeídos. Esta recordará a cada paso que más allá de “un puñado de dólares” está el más alto ideal: el de cambiar el mundo para bien, el de crear un lugar donde los ríos no sean sangre ni la hogaza se haga piedra.


A través de una rica estética del western europeo Sergio Corbucci hace una crítica a los movimientos revolucionarios y a la teoría marxista tan en boga en el mayo francés del 68. Los negados del mundo, los que solo luchan por sobrevivir en un sistema de desigualdad, son los llamados a dinamitar la historia (W, Benjamin). El cambio operado en Pancho Román se acerca al concepto de epifanía: su largo viaje de improviso le revela una verdad esencial que cambia su existencia. No solo matando patrones y robando algún dinero se consigue la dignidad, la revolución existe para que cada persona encuentre  su lugar en el mundo, y a la larga su identidad como hombre libre.

Álvaro lozano Gutiérrez.

DJANGO: EL WESTERN AL ITALICO MODO. (CRÍTICA)


“Django, también para ti nace un
estrella en el cielo, también para ti
nace una rosa sobre la tierra.”


Título original: Django
Año: 1966.
País: Italia
Dirección: Sergio Corbucci.
Guión: Sergio Corbucci, Bruno Corbucci.
Fotografía: Enzo Barboni.
Música: Luis Enrique Bacalov.
Reparto: Franco Nero, Loredana Nusciak, José Bódalo, Ángel Álvarez, Gino Pernice, Simón Arriaga, Giovanni Ivan Scratuglia, Remo De Angelis, Rafael Albaicín, José Canalejas, Eduardo Fajardo.
Productora: Coproducción Italia-España; B.R.C. Produzione S.r.l. / Tecisa.
Sinopsis: Django está de paso por un lugar fronterizo de México y va arrastrando un baúl. En mitad del paisaje desértico encuentra a una bella mujer que está siendo acosada por un grupo de hombres y el hombre del baúl la salva. Django descubre que hay dos bandas rivales en la zona, la de Jackson y la de Rodríguez, y se une a ésta última para castigar a los bandidos que maltrataron a María, la mujer. Más tarde, Django se ve envuelto en una misión para conseguir un montón de dinero junto a Hugo Rodríguez, el líder del bando al que se alía, pero el protagonista se queda con todo lo recaudado y huye por el desierto. No tardará mucho en ser apresado y castigado por su avaricia.


El primer Spaguetti Western de la historia es la Opera la fanciulla del west del compositor italiano Giacomo Puccini estrenada en 1910, en ella Minnie, una joven maestra y benefactora de un pueblo de mineros, se enamora de Dick Johnson criminal que intenta redimirse de su pasado y que será salvado de la horca por su amada . Para los años 60° el género americano por excelencia había entrado en su etapa de decadencia o “crepuscular” donde autores como Jhon Ford,  Anthony Mann, Budd Boetticher quemaban sus últimos cartuchos en el séptimo arte. En estos filmes la leyenda se deconstruye y da paso a una dolorosa realidad: los tiempos del caballo y la diligencia  fenecen para dar paso a una modernidad  vacía que degeneraba en una América entregada a los fríos valores del capitalismo.

Sería en los paisajes españoles de  la Almería donde la leyenda de la conquista del Oeste retomaría fuerzas y nuevos argumentos. Joaquín Romero Marchent con películas como La justicia del Coyote (1956), La venganza del Zorro (1962) y El sabor de la venganza (1963, dotaba al genero de nuevas líneas expresivas, que si bien no representan en si una renovación, trataban de contar historias nuevas, integrar el elemento del humor tan afín a los pueblos del mediterráneo y sobre todo explorar las claves visuales y narrativas de este género.




 Pero va a ser el Romano Sergio Leone con la llamada “trilogía del dólar”: Por un puñado de dólares (1964), La muerte tenía un precio (1965), y el bueno, el malo y el feo (1966). Quien dotaría a este género (categoría problemática para un producto europeo basado en los códigos y las historias del cine estadounidense) de una nueva estética que sin lugar a dudas renovó las pantallas y creó un itinerario de viaje hacia lugares antes desconocidos en el salvaje oeste.

La fórmula era sencilla y por lo tanto cautivante: un hombre solitario llega a un pueblo a unirse a antiguos litigios pero no necesariamente a traer la justicia, es un hombre sin nombre, pero también sin pasado, sin motivaciones claras y con pocos o nulos lazos con las personas o la comunidad.

Por otro lado el feísmo hace su aparición en los escenarios de la Almería con personajes sucios, caras a medio afeitar, dentaduras desgastadas y unos primeros planos que revelaban las imperfecciones de cada personaje, creando una tenue metáfora de lo que es un héroe de Oeste: un pasado reflejado en las cicatrices  e imperfecciones del rostro, no un arquetipo sino una realidad venia del hecho de que “lo mas importante en el lejano oeste era sobrevivir”

Para 1966 un cineasta que hasta ahora había hecho su aparición en filmes de humor a la Italiana, algunos con el legendario Totó, rodaría en tierras españolas unos de los pilares del género: Django. Protagonizada por Franco Nero. En esta película los elementos puestos acuciosamente por Leone en su primer film son reproducidos en otro contexto para logra una obra original en cierto sentido .

Un pistolero con uniforme confederado llega a un pueblo de la frontera sur donde dos bandas rivales , sudistas y bandoleros mejicanos, se enfrentan y han convertido el pueblo en un cementerio. No obstante nuevos elementos permiten la reconfiguración de la historia: Una mujer a quien Django salva y desea redimir pero que no solo representa la atracción platónica,   el sadismo presente en la escena del la masacre del Rio Bravo , acometida por Gianmaría Volonté en el film de Leone, esta vez será obra de nuestro protagonista quien de un ataúd que arrastra desde los créditos del filme saca una ametralladora y barre con la banda de racistas que vienen a dar cuenta de su vida.


El nuevo héroe del desierto de la Almería viene de una guerra devastadora que consolida los intereses de la clase industrial estadounidense y de alguna manera sepulta el modo de vida del viejo Oeste: ya no son los bandoleros y los comisarios quienes imponen la ley y el orden, es el dinero y quien pueda agenciarselo. Por esto Django tampoco toma partido por la revolución mexicana, como tampoco lo harán los protagonistas de otros filmes de Corbucci. Su personaje solo desea sobrevivir y si algún asomo de humanidad aparece en él será el del amor hacia una mujer que desea salvar, pero que en el fondo, es de alguna manera un símbolo para salvarse a si mismo, de redimirse de su pasado y de su papel de Ángel exterminador.

Álvaro Lozano Gutierrez

domingo, 18 de diciembre de 2016

VIENTO Y ARENA (cuento)


*Texto publicado en el Periódico Periferia, prensa alternativa. Edición  135 febrero abril 2018.
https://issuu.com/periferiaprensa/docs/edici__n_135_febrero_2018


Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.
Bertolt Brecht.


El viento trajo a su memoria aquella libertad perdida. A su alrededor ya no había barrotes ni la incesante voz de los guardias que con golpes y gritos intentaban doblegar su humanidad. Viento y  arena, después de cientos de años de habitar la tierra era lo único que le quedaba a los palestinos. Viento y arena y una inquebrantable voluntad de hierro.
La espera de su familia afuera de la prisión se hacía interminable. Habían viajado de muy lejos para recibir a su hijo que se había hecho hombre entre las rejas de una prisión israelí. Ojos llenos de sufrimiento que vieron la destrucción de todo lo amado. Lagrimas que brotan cuando el invasor no vigila, cuando entre los muros del hogar se suelta la coraza para recoger lo poco de dignidad que te han dejado. Las manos que han envejecido entre el trabajo y la lucha, entre la resistencia. Todos son viejos en esta tierra porque son su memoria ancestral.
-Papá allí viene, está más delgado pero es él, es nuestro Yusef, mi hermano, tu hijo…
La casa que atesoraba sus recuerdos había sido derribada dos años antes. Ese día la explanada se llenó de escombros, mientras las maquinas avanzaban entre los gritos de las mujeres y los ojos melancólicos de los ancianos. El ejército marchó apartando a quienes hasta hace poco habían tenido su hogar y que desesperadamente se aferraban a unos cuantos trozos de roca y madera.
El sol castigaba el cuerpo de Yusef que a pesar de ser solo un niño sentía la rabia atravesada en la garganta. Caminaba de un lado a otro obligándose a mirar aquella destrucción que le revelaba como el mundo está lleno de sombras y de maldad.
- Algún día un niño como estos izará  la bandera palestina sobre el Domo de la Roca.
Las palabras de su abuela resonaban a través del ruido y del polvo. A pesar de los años gastados y el cansancio.
- La historia recordará que aquí los palestinos tenían su tierra y su hogar.
Un grupo de colonos vestidos de blanco los insultaban mientras izaban una bandera como conquistadores.
-tienen las armas pero nosotros tenemos la valentía, serán olvidados para siempre.
Un soldado se acercó a la anciana con su fusil en alto. Fue en ese momento que sintió una piedra que le atravesaba el rostro. Entre la sangre pudo ver a un niño de no más de doce años que le gritaba en una lengua que temía. Fue solo cuestión de algunos segundos.
Un golpe metálico arrojó al suelo a Yusef mientras sintió botas que lo pateaban y un interminable dolor en todo el cuerpo. La rencorosa arena preparó un lecho para recibir sus lágrimas que no obstante se negaron a brotar orgullosas. Lo arrastraron hasta una tanqueta entre insultos y maldiciones. Impávido sintió que su niñez había llegado a su fin.
Los meses pasaron en una prisión donde miles de palestinos eran torturados y algunos desaparecían sin dejar rastro. Sus ojos cambiaron cediendo a la nostalgia y al dolor, solo pensaba en su familia sin un techo donde reconstruir sus vidas. Sus manos envejecieron siglos y ahora su semblante no tenía tiempo.
Un abrazo lo unió con su hermana y su padre. El viaje lo llevó entre las ruinas de lo que fueron barrios, mercados y escuelas. Al detenerse vio un grupo de carpas donde miles vivían como refugiados en su propia tierra. Era la miseria que tanto le dolía y que temía encontrar entre los suyos.
Bebió el té escuchando la voz de su abuela que lo bendecía. Reparó en el samovar y  la alfombra, en los cuadros de sus antepasados y en el libro que el profeta recibió del cielo. Cada sonido y olor lo devolvieron a tiempos más felices y borraron de su memoria el dolor de la cárcel y los días perdidos.
Su casa era esta, su casa se llama Palestina.

Álvaro Lozano Gutiérrez

martes, 13 de diciembre de 2016

FALSOS POSITIVOS (CUENTO)



*Texto ganador del segundo premio del concurso cuento corto Agenda Latinoamericana 2016.

La mañana abrió sus ojos a otro día de lucha. Recorrió la casa despacio deteniéndose de manera inconsciente en cada en cada objeto, en las imperfecciones de las paredes, en las grietas abiertas por el tiempo, en cada retrato que evocaba el pasado, acariciando todo con la mirada, acariciando la memoria.

- Mire que este café le hubiera gustado, es un poquito amargo pero así lo prefería usted ¿se acuerda?

Sus manos reconocieron las sábanas buscando esa silueta perdida. Un ritual repetido mil veces para organizar la vida en torno a los recuerdos, sin llanto, sin palabras, sólo precisando que el aliento de su hijo no se perdiera para siempre.

- Ayer encontraron a su amigo Gonzalo en la fosa del cementerio central, también lo mataron por la espalda. La comadre Diana tuvo problemas con los militares, casi no se lo dejan sacar.

Cinco años atrás, cuando Antonio tomó su camino, en su mente había más hambre que ilusión, era ese dolor que lo acompañaba desde niño: la pesadez, el desaliento, eso que anima los sentidos acallando las ideas. La plaga de los condenados de la tierra. Se fue a recoger café, buscando en esas lejanas montañas un poco de dignidad. Ahora lo único que le quedaba a María era su sombra atrapada en los objetos, restos de una vida cegada por una guerra que nunca decidió pelear.

- Hoy me toca terminar más tarde, mire que llegaron unas compañeras de lejos.

Ese día la plaza estaba llena, innumerables mujeres sostenían retratos de sus hijos muertos. Parecían infinitos, pero no obstante cada una de ellas tenía una cifra exacta: 3.796. Civiles inocentes, llevados bajo engaños a zonas de combate, asesinados a sangre fría y presentados como bajas enemigas, presentados como trofeos de guerra.

Todos eran pobres, a todos les habían prometido un trabajo, todos ejecutados y declarados como guerrilleros. Ahora recorrían la plaza los jueves en la tarde, sus imágenes recordaban al mundo que en una guerra sin sentido los absurdos pueden multiplicarse en los cuerpos de aquellos que nunca sostuvieron un fusil.

- A mi hijo me lo mataron hace cinco años, le dispararon y le pusieron un arma en las manos. Después cobraron la recompensa.
María le hablaba a un grupo de mujeres recién llegadas, sus rostros asustados mostraban la extrañeza ante una ciudad que no les pertenecía. Ahora ella era fuerte, había aprendido a serlo gritando la verdad todos los días.

Las abrazó largamente con la ternura que viene del intenso dolor. Todas eran una sola persona, las unía un pasado en común, la de ser las madres de los falsos positivos.



Segundo premio concurso cuento corto. Agenda Latinoamericana 2016
http://servicioskoinonia.org/cuentoscortos/articulo.php?num=102

domingo, 11 de diciembre de 2016

EL QUIJOTE DE MACONDO. (CUENTO)





*Texto publicado en la Revista Surgente. #14, 2013
https://issuu.com/revistasurgente/docs/surgente14

"Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento:
 el momento en que el hombre sabe para siempre quién es."
  Jorge Luis Borges  "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz"

I
En un lugar de Macondo de cuyo nombre no quiero acordarme… ¿comienzo pretencioso? Tal vez, pero es que esta historia es tan  fantástica, tan  inverosímil, tan maravillosa, tan hijueputa, que solo puede venir del país con molinos de viento y quijotes o de Gabos con mariposas amarillas…como venía diciendo, allá en Macondo vivía Antonio con clarita, su madre.  De leer más bien leer no le gustaba, lo que si hacía todos los días como una adicción fetichista era dedicarle ocho o diez horas a la televisión.
Al principio veía de todo: películas gringas, muñequitos japoneses y culebrones mexicanos, partidos de fútbol, reinados de belleza y concursos para hacerse rico de golpe. Pero con el tiempo se especializo en las muy ponderadas novelas macondianas sobre los nuevos ricos: los narcos o mágicos como los llamaban en medallo. El capo, sin tetas no hay paraíso, al cartel de los sapos, las muñecas de la mafia y una larga lista de etcéteras. El tema lo obsesionaba, tanto que un día le preguntó a David, el cucho de literatura cómo saber mas sobre el tema. Le dejó una larga lista de etcéteras, pero ahora con libros, eso sí, con una estricta jerarquía de aquellos que de primera podría entender: No nacimos Pa semilla, Rosario tijeras, y la virgen de los sicarios, este último con película y todo.
Así también llegó al cine: el padrino con dos partes y un malísimo apéndice que lo acercaba más a una mala ópera que a una buena trilogía, Buenos muchachos, Casino, Scarface y muchos más etcéteras más digeribles que los libros.
Tres años, dos meses y un día pudo dedicarle a su obsesión siendo todavía Toño, después todo se vino a la mierda y sucedió lo que normalmente ocurre en Macondo, terminó en una situación que nadie puede creer o narrar a menos que sea un Borges o un Poe con gatico negro y todo.
Antonio Padilla, lo llamaron en su salón de clase y ahí terminó la vida de Toño, para dar a luz a la de don René.
Clarita había muerto, sin más,  y como esta historia es la de él y no la de ella, no diré más que eso: murió.
Del que si hablare es de Toño, encerrado semanas sin comer ni dormir viendo el capo, el patrón del mal y los videos traquetos de radiola tv. Las películas y los libros vinieron después a completar su rito de transformación. Cuando César, su tío, le golpeó por qué ya estaba preocupado, solo escucho un seco y contundente:
- ya negocie la casa, mañana me voy.

II
-mija vaya y limpie esa mesa, o es que no tiene ojos.
Ángela estaba cansada de limpiar mesas, estaba cansada de esperar una vida que no iba a llegar, estaba cansada de estar cansada.
-ya voy, es que estaba lavando el trapo.
Las mesas, los borrachos, las miradas llenas de  lascivia y  morbo sinceramente ya no sabia que era peor.
-otra pola, le dijo un cliente ya familiar. Mientras posaba los ojos en el trasero de la mesera.
De pronto entro una persona desconocida. Le llamó la atención por una camisa colorida de esas que usa la gente en la playa, bueno como lo mostraba la televisión, y unas botas de vaquero cafés muy vistosas.
-una botella de sello negro,  dijo el desconocido
-¿de que?
-de Whisky, sello negro o Johnnie Walker y bastante hielo.
- de eso no tenemos, aguardiente, cerveza o si acaso ron, pero me tocaría traérselo.
-tome tráigame mas bien la de whisky, y quédese con las vueltas.
Le alargo varios billetes de cincuenta, Ángela los tomó mientras le sonreía.
-Ya se la traigo don…
-René, dígame René a secas.
Ese día comenzó una relación que iba a cambiar la vida de ambos.   Ella había visto hombres como René en su pueblo a sur del Tolima. Se habían enriquecido con la coca, y aunque  no tenían estudio eran muy poderosos, incluso más que los políticos y el ejército.
Tal vez esto fue lo que más le atrajo de René, un hombre que podía protegerla, que le mostrara el mundo, que la sacara de ese lugar que olía a cerveza y apestaba a miradas llenas de morbo. Las visitas fueron mas seguidas y un día salieron a celebrar su cumpleaños. Oso gigante, cine y hamburguesa, nunca nadie la había dado tanto.
Se entregó a él, entre temores y sabiendo que quería irse lejos, que él era el pasaje a otra vida. Que tal vez no lo amaba pero lo necesitaba. Igual los regalos se multiplicaron y fueron cada vez más costosos: collares, vestidos, zapatos, dinero hasta que el esperado anillo llegó y entonces supo que iba a cumplir su sueño: iba a ser la mujer de un narco.

III
Todo el barrio hablaba de él y lo respetaba. Don René el señor de la casa grande.
La había alquilado toda y se explayaba en los cuatro pisos donde puso muebles grandes y estrafalarios, dos televisores gigantes una licorera y una biblioteca, lo que le hacía parecer un hombre duro pero culto. Las filas de personas pidiendo ayuda a veces superaban la cuadra: plata para el arriendo, para el mercado, un hijo en la cárcel, un trabajito. De alguna manera llegó a manejar el barrio, a ser querido por la gente, especialmente por Sancho un campesino caqueteño que trabajaba haciendo los mandados y que tenía prometida una ruta para el solo, para ser un narco como la ley manda.
Pero como dijo  el filósofo Hector Lavoe “todo tiene su final, nada dura para siempre” y René noto que sus finanzas comenzaban a escasear.
-carajo, solo quedan 50 millones.
La caja estaba casi vacía y su mentira peligraba con venirse abajo.
Entonces pensó en Ángela, en el amor que le profesaba, en que nunca podrían encontrar una mujer como ella. Pensó en irse y llevársela lejos, decirle que se tenía que retirar del negocio y que comenzarán una nueva vida. Pero ¿cómo?
Después de días de insomnio y de consultar su biblia: una edición de lujo del padrino de Mario Puzzo lo vio, le diría que había negociado con el gobierno, una extensión del poder narco paramilitar, y que lo iban a dejar libre pero le quitarían todo el dinero y las propiedades: las fincas, los aviones, los carros, el poder. Estaba seguro que ella se conformaría con una casita pintoresca, una moto y un marido trabajador.
Se arregló y esta vez no vio en el espejo al poderoso René, volvió a ver Antonio y como hace mucho tiempo no pasaba se sintió libre.
Escucho la puerta abrirse y los pasos apresurados de Sancho Quintero por la escalera. Su rostro estaba pálido y sudoroso. Tomó aire para  a duras penas poder decir.

-Jefe…jefe…nos cayó la DEA.

Alvaro Lozano Gutierrez.

EL ENCUENTRO DE LOS LOBOS. (CUENTO)



*Texto publicado en la  Revista Surgente. #13, 2012
https://issuu.com/revistasurgente/docs/surgente13

Boris consultó su reloj por tercera vez, la paciencia no era una de sus cualidades y además el calor de aquella mañana hacia mas tediosa la espera. Sentado en un banco de concreto pudo ver como el parque se llenaba con los niños y jóvenes de un colegio cercano. Uniformes grises y sudaderas se alternaban mientras la libertad se hacia presente en las mentes de sus dueños que se disponían a disfrutar el descanso minuto a minuto.

De alguna manera alrededor del rubio hombre se hizo un espacio vacío. No era común ver a una persona como Boris en aquel costado de la ciudad. Sus ojos azul hielo contrastaban con una piel delicada, cabello engominado peinado hacia atrás, manos perfectamente cuidadas y una magnifica estatura. Su vestir sin rayar en lo formal era elegante: jeans, chaqueta azul de gamuza, camisa blanca y zapatos negros que reflejaban el sol ya casi meridional.

Un grupo de tras niñas pasaron a su lado. La del costado derecho volteó a verlo y esbozó una sonrisa que lo invitaba a hablarle aunque fuera por breves minutos. No obstante otra imagen lo hizo perder de vista aquella beldad juvenil. Dos profesores que caminaban a unos pocos metros; una mujer de treinta y cinco años de cabello rubio y un hombre no mayor de treinta que fue el que realmente llamó su atención aunque no lograba precisar por qué.

Efectivamente no era llamativo: mediana estatura, bata blanca, rostro con rasgos finos que daban a su faz un halo de inteligencia lo que era acentuado por unos lentes que enmarcaban sus ojos. Caminaba con las manos atrás, de manera lenta y segura, escrutando con la mirada los movimientos de cada niño bajo su cuidado.

-El canciller. Dijo Boris para si mismo.

Efectivamente el caminar de este hombre le recordaba a Adolfo Hitler paseando por Rastenburg, su cuartel general, en las mañanas de la Baviera germana. Sí. Era lo que le había hecho mirar a este hombre que aparecía cada cinco minutos después de que obviamente daba la vuelta completa al parque. En el fondo y proveniente del colegio se escuchaban las notas de la sinfonía octava de Bruckner hecho que añadió a la atmósfera un nuevo detalle histórico: esta pieza había sido transmitida por la radio alemana cuando se anunció al pueblo el suicidio del Führer.

Las meditaciones del rubio hombre se cortaron cuando un balón tocón su zapato derecho.

-Me hace el favor…

Dijo un niño que le pareció gracioso por sus grandes dientes que le daban la apariencia de un roedor de caricatura. Boris levantó el balón con la mano derecha y se lo acercó generosamente sin pronunciar palabra pero lanzando una mirada aguda, penetrante, de hielo. El pequeño lo tomó quedando atrapado por un momento en los ojos de aquel gigante rubio, pero intespectivamente se dio vuelta y gritó: -por qué le pegó tan duro negro- mientras otro niño del color del ébano efectivamente recogía la esférica para volver a su mundo de juegos.
Una cuarta repasada a su reloj delató la impaciencia del hombre del banco de concreto que no había notado al jardinero que se colocó frente a el.

-guten tag.  Dijo el hombre vestido con un raído overol amarillo y gorra verde, moviendo la mano de izquierda a derecha de una manera felina, ágil, casi imperceptible.

Boris no reaccionó, solo vio el reflejo de un acero mortal ya en lo alto en las manos del jardinero. Estaba mortalmente herido. Su cuello manaba una negra sangre que estalló empapando la blanca camisa de seda. En un movimiento de auto conservación se llevó las manos a la garganta en un intento por retener la vida que se escapaba en cada gota del precioso líquido. Fue inútil.

Los niños que gritaban confundidos corrieron hacia el ancho portón del parque. Solo el profesor iba en contravía de la marea humana mientras que de manera instintiva y rápida se quitaba la bata al tiempo que sus ojos se congelaron en dirección al moribundo. Tomándolo por el pecho lo recostó en el banco enredándole el trapo ya ensangrentado en el cuello.

-Canciller, Dijo Boris con voz apagada casi imperceptible.

-no, soy el nieto del Standartenführer Eichmann. Contestó el hombre en un alemán perfecto, sin acento.

Entonces lo comprendió. Una mueca de ironía que casi esbozaba una sonrisa se dibujó en su rostro. Él, Boris Rausser, el nieto de un criminal de guerra muerto en la orca de la torturada Polonia no había cruzado el mundo para vender armas a los rebeldes de turno. Había venido a este suelo extranjero a morir. Su destino no fue el del mercenario abaleado en un país cualquiera, era el de un soldado que moriría en los brazos de uno de sus iguales, de un hombre que como él llevaba sobre los hombros los atroces crímenes de sus padres.

La sensación de ser un soldado muriendo de sed en el Alamein o un joven infante delirando en la nieve del frente oriental no era del todo falsa. Boris fue todos ellos y a la vez ninguno. Fue su abuelo ajusticiado por los vengativos sobrevivientes, fue el vencido canciller en el Bunker de Berlín buscando la liberación a su miedo, fue el homicida colgado en Sión. Fue todos los hombres del mundo. Ahora estaba muerto.





Alvaro Lozano Gutierrez