Datos personales

Mi foto
Álvaro Lozano Gutiérrez, nacido en Bogotá d. c. Colombia en 1978. Realizó estudios de filosofía en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Desde el año 2010 hace parte del Colectivo Literario Surgente, Letras informales y el Cine Club Caldo Diojo. Actualmente se desempeña como docente de secundaria. Finalista en el Premio Nacional de Crónica Ciudad Paz (2018). Ganador del concurso de cuento corto latinoamericano (2017) con el relato ‘Esta tierra que habitamos’; y del Concurso Letras Diversas, Revista Goliardica (Medellín, 2001) con la crónica ‘La bohemia’. Finalista del concurso Bogotá en 100 Palabras con el relato "Encuentro". Colaborador habitual del Periódico Periferia Prensa Alternativa y del Taller de Formación Estudiantil Raíces TJER de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas en Bogotá. Publicado en variados medios impresos y digitales en Colombia y América Latina.

domingo, 18 de diciembre de 2016

VIENTO Y ARENA (cuento)


*Texto publicado en el Periódico Periferia, prensa alternativa. Edición  135 febrero abril 2018.
https://issuu.com/periferiaprensa/docs/edici__n_135_febrero_2018


Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.
Bertolt Brecht.


El viento trajo a su memoria aquella libertad perdida. A su alrededor ya no había barrotes ni la incesante voz de los guardias que con golpes y gritos intentaban doblegar su humanidad. Viento y  arena, después de cientos de años de habitar la tierra era lo único que le quedaba a los palestinos. Viento y arena y una inquebrantable voluntad de hierro.
La espera de su familia afuera de la prisión se hacía interminable. Habían viajado de muy lejos para recibir a su hijo que se había hecho hombre entre las rejas de una prisión israelí. Ojos llenos de sufrimiento que vieron la destrucción de todo lo amado. Lagrimas que brotan cuando el invasor no vigila, cuando entre los muros del hogar se suelta la coraza para recoger lo poco de dignidad que te han dejado. Las manos que han envejecido entre el trabajo y la lucha, entre la resistencia. Todos son viejos en esta tierra porque son su memoria ancestral.
-Papá allí viene, está más delgado pero es él, es nuestro Yusef, mi hermano, tu hijo…
La casa que atesoraba sus recuerdos había sido derribada dos años antes. Ese día la explanada se llenó de escombros, mientras las maquinas avanzaban entre los gritos de las mujeres y los ojos melancólicos de los ancianos. El ejército marchó apartando a quienes hasta hace poco habían tenido su hogar y que desesperadamente se aferraban a unos cuantos trozos de roca y madera.
El sol castigaba el cuerpo de Yusef que a pesar de ser solo un niño sentía la rabia atravesada en la garganta. Caminaba de un lado a otro obligándose a mirar aquella destrucción que le revelaba como el mundo está lleno de sombras y de maldad.
- Algún día un niño como estos izará  la bandera palestina sobre el Domo de la Roca.
Las palabras de su abuela resonaban a través del ruido y del polvo. A pesar de los años gastados y el cansancio.
- La historia recordará que aquí los palestinos tenían su tierra y su hogar.
Un grupo de colonos vestidos de blanco los insultaban mientras izaban una bandera como conquistadores.
-tienen las armas pero nosotros tenemos la valentía, serán olvidados para siempre.
Un soldado se acercó a la anciana con su fusil en alto. Fue en ese momento que sintió una piedra que le atravesaba el rostro. Entre la sangre pudo ver a un niño de no más de doce años que le gritaba en una lengua que temía. Fue solo cuestión de algunos segundos.
Un golpe metálico arrojó al suelo a Yusef mientras sintió botas que lo pateaban y un interminable dolor en todo el cuerpo. La rencorosa arena preparó un lecho para recibir sus lágrimas que no obstante se negaron a brotar orgullosas. Lo arrastraron hasta una tanqueta entre insultos y maldiciones. Impávido sintió que su niñez había llegado a su fin.
Los meses pasaron en una prisión donde miles de palestinos eran torturados y algunos desaparecían sin dejar rastro. Sus ojos cambiaron cediendo a la nostalgia y al dolor, solo pensaba en su familia sin un techo donde reconstruir sus vidas. Sus manos envejecieron siglos y ahora su semblante no tenía tiempo.
Un abrazo lo unió con su hermana y su padre. El viaje lo llevó entre las ruinas de lo que fueron barrios, mercados y escuelas. Al detenerse vio un grupo de carpas donde miles vivían como refugiados en su propia tierra. Era la miseria que tanto le dolía y que temía encontrar entre los suyos.
Bebió el té escuchando la voz de su abuela que lo bendecía. Reparó en el samovar y  la alfombra, en los cuadros de sus antepasados y en el libro que el profeta recibió del cielo. Cada sonido y olor lo devolvieron a tiempos más felices y borraron de su memoria el dolor de la cárcel y los días perdidos.
Su casa era esta, su casa se llama Palestina.

Álvaro Lozano Gutiérrez

No hay comentarios:

Publicar un comentario