*Texto publicado en el Periódico Periferia, prensa alternativa.
Edición 135 febrero abril 2018.
https://issuu.com/periferiaprensa/docs/edici__n_135_febrero_2018
Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los
imprescindibles.
Bertolt
Brecht.
El viento trajo
a su memoria aquella libertad perdida. A su alrededor ya no había barrotes ni la
incesante voz de los guardias que con golpes y gritos intentaban doblegar su
humanidad. Viento y arena, después de
cientos de años de habitar la tierra era lo único que le quedaba a los palestinos.
Viento y arena y una inquebrantable voluntad de hierro.
La espera de su
familia afuera de la prisión se hacía interminable. Habían viajado de muy lejos
para recibir a su hijo que se había hecho hombre entre las rejas de una prisión
israelí. Ojos llenos de sufrimiento que vieron la destrucción de todo lo amado.
Lagrimas que brotan cuando el invasor no vigila, cuando entre los muros del
hogar se suelta la coraza para recoger lo poco de dignidad que te han dejado. Las
manos que han envejecido entre el trabajo y la lucha, entre la resistencia. Todos
son viejos en esta tierra porque son su memoria ancestral.
-Papá allí viene,
está más delgado pero es él, es nuestro Yusef, mi hermano, tu hijo…
La casa que atesoraba
sus recuerdos había sido derribada dos años antes. Ese día la explanada se llenó
de escombros, mientras las maquinas avanzaban entre los gritos de las mujeres y
los ojos melancólicos de los ancianos. El ejército marchó apartando a quienes hasta hace poco habían tenido
su hogar y que desesperadamente se aferraban a unos cuantos trozos de roca y
madera.
El sol castigaba
el cuerpo de Yusef que a pesar de ser solo un niño sentía la rabia atravesada
en la garganta. Caminaba de un lado a otro obligándose a mirar aquella
destrucción que le revelaba como el mundo está lleno de sombras y de maldad.
- Algún día un
niño como estos izará la bandera
palestina sobre el Domo de la Roca.
Las palabras de
su abuela resonaban a través del ruido y del polvo. A pesar de los años
gastados y el cansancio.
- La historia
recordará que aquí los palestinos tenían su tierra y su hogar.
Un grupo de
colonos vestidos de blanco los insultaban mientras izaban una bandera como
conquistadores.
-tienen las
armas pero nosotros tenemos la valentía, serán olvidados para siempre.
Un soldado se
acercó a la anciana con su fusil en alto. Fue en ese momento que sintió una piedra que le atravesaba el rostro. Entre la sangre pudo ver a un niño de no más de
doce años que le gritaba en una lengua que temía. Fue solo cuestión de algunos
segundos.
Un golpe metálico
arrojó al suelo a Yusef mientras sintió botas que lo pateaban y un interminable
dolor en todo el cuerpo. La rencorosa arena preparó un lecho para recibir sus lágrimas
que no obstante se negaron a brotar orgullosas. Lo arrastraron hasta una
tanqueta entre insultos y maldiciones. Impávido sintió que su niñez había llegado
a su fin.
Los meses pasaron
en una prisión donde miles de palestinos eran torturados y algunos desaparecían
sin dejar rastro. Sus ojos cambiaron cediendo a la nostalgia y al dolor, solo
pensaba en su familia sin un techo donde reconstruir sus vidas. Sus manos
envejecieron siglos y ahora su semblante no tenía tiempo.
Un abrazo lo unió
con su hermana y su padre. El viaje lo llevó entre las ruinas de lo que fueron
barrios, mercados y escuelas. Al detenerse vio un grupo de carpas donde miles vivían como refugiados en su propia tierra. Era la miseria que tanto le dolía y que temía
encontrar entre los suyos.
Bebió el té escuchando
la voz de su abuela que lo bendecía. Reparó en el samovar y la alfombra, en los cuadros de sus antepasados
y en el libro que el profeta recibió del cielo. Cada sonido y olor lo
devolvieron a tiempos más felices y borraron de su memoria el dolor de la cárcel
y los días perdidos.
Su casa era
esta, su casa se llama Palestina.
Álvaro Lozano Gutiérrez
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